jueves, 8 de septiembre de 2011

Observación, exploración, innovación: capacidades imperecederas de inteligencia



En materia de inteligencia, ¿sabemos observar? ¿Se puede educar en observación y reconocimiento de un hecho? ¿Existe método para ello? En mi anterior libro Espías: Tres mil años de información y secreto, reservé un capítulo dedicado a los "pioneros, exploradores, indígenes e ingenieros" (pp. 208-221). Allí dejé escrito que:

“El reconocimiento de las zonas de combate en tiempo de guerra o del contorno geográfico de regiones remotas en misiones de exploración científica y comercial así como la observación avanzada de patrullas fueron tradicionalmente excelentes y habituales medios de obtención de información sobre la situación del enemigo, la composición de las fuerzas, las condiciones meteorológicas o las características del terreno desconocido. Los medios de observación, bien fuesen terrestres (caballería, infantería, “espías perdidas”, etc.), navales (navíos ligeros adaptados para cubrir con velocidad grandes áreas marítimas) o aéreos (globos aerostáticos, aviones provistos de cámaras fotográficas, satélites y aviones no tripulados en la actualidad) hicieron posible la aplicación inmediata de los adelantos técnicos al desarrollo de la guerra. Sin embargo, el reconocimiento de las líneas avanzadas del enemigo y la composición de la vanguardia no eran suficientes por sí solas, sino que la necesidad de conocer se extendía a un entorno más vigilado y complejo de penetrar como era la retaguardia, allí donde el espía asumía riesgos enormes y donde su actuación se hacía más relevante”.

Aunque aluda a ello, no me interesa tanto destacar aquí el concepto de exploración en su vertiente militar e histórica, como en la habilidad que un buen analista debe desarrollar para adentrarse en terrenos que pueden acabar convirtiéndose en riesgos pero también en magníficas y desconocidas opciones para consolidar y ampliar la ventaja competitiva de la organización a la que pertenece. En uno y en otro extremo, la inteligencia avanzada contribuirá a despejar la incertidumbre. De ahí que considere pertinente recuperar conceptos tan próximos al trabajo de inteligencia como el de observación, pensamiento crítico, alerta, vigilancia, prospectiva, identificación de cambios en el entorno, comprensión del contexto y vincularlos al de exploración y el reconocimiento de oportunidades dentro de una concepción más amplia que yo denomino I2c (inteligencia + innovación + creatividad).

El resultado es una consistente integración de capacidades con enorme potencial de aplicación, en la que un perfil altamente cualificado como es el analista de inteligencia, con sus aptitudes, competencias y destrezas previas, amplía su valor profesional al desarrollar habilidades innovadoras y de exploración de nuevos entornos propicios para contribuir de forma sistemática a que se cumplan los objetivos de su organización. De ahí que también considere oportuna la definición del perfil de analista de inteligencia en su dimensión de explorador avanzado y observador crítico cualificado de la realidad que le rodea.

Un explorador activo desarrolla una agilidad, una predisposición y una actitud proclive a adentrarse en terrenos aparentemente hostiles con fines de mejora continua. Destinar recursos a abrir caminos, a explorar líneas de trabajo poco transitadas y oportunidades de negocio implica ser dinámicos en el reconocimiento del entorno: en suma, el primer paso para ser competitivo. No en vano, se trata de aprovechar los fundamentos del perfil de analista de inteligencia pero sin perder de vista la necesidad de reconfigurar algunas de sus capacidades al amparo de los cambios continuos en el contexto en el que actúa y, claro, sin obviar las propuestas para mejorar el resultado del análisis de inteligencia.


¿Sabemos observar? ¿Y explorar?


Lo han expresado con total acierto Javier Jordán desde el GESYP en un texto que considero de lectura imprescindible “Introducción al análisis de Inteligencia. 2.1: Examinar la información disponible con una mente innovadora y abierta”. Y también José María Blanco quien, desde su blog, aviva continuamente la reflexión y el pensamiento (“pensar es gratis, es un motor para la acción, es una forma de entretenerse…”). Con sus brillantes observaciones contribuye a perfilar aún más el trabajo de analista: “pensamiento crítico, creatividad, ausencia de miedo al cambio, influencia y persuasión”.


Tal vez la Historia, una vez más, ayude a comprender con ejemplos el valor de todo ello y a extraer las necesarias lecciones aprendidas de buenas y malas prácticas en materia de exploración, observación y reconocimiento. Durante siglos, el arma de caballería así como las misiones de reconocimiento y exploración avanzada en profundidad han suministrado información imprescindible para perfilar el contorno, la geografía y el contexto donde el enemigo tenía proyectado moverse. Una vez más, la clave se situaba en la hábil integración de todas esas informaciones combinadas con otros medios de obtención, fuesen abiertos o reservados.


El episodio del regreso de los espías de Canaán recogido en el Antiguo Testamento es una de las célebres referencias escritas al sagaz empleo de exploradores e informadores. El pintor Giovanni Lanfranco se hizo eco de esta historia y pintó un cuadro alusivo al mismo motivo hacia 1621 ó 1624. Recogía el pasaje en el que Moisés, por mandato divino, envió un espía a cada una de las 12 tribus para descubrir la situación real de las nuevas tierras en que podía asentarse el pueblo de Israel. Regresaron del desierto trayendo frutos, uvas, granadas e higos así como información de las características, bondades y limitaciones que observaron al explorar aquellos territorios. Exploración positiva y aplicada, en este caso para decidir la mejor y más próspera localización.


Y, de repente, mientras escribía esto, he recordado que el viejo y destrozado (por el uso) diccionario Vox de Latino-Español, Español-Latino (19ª ed., Barcelona, Bibliograf, oct. 1986) que tanto empleamos durante el bachillerato y el COU en las clases de Latín incorporaba unos dibujos aclaratorios de gran valor didáctico. Por aquel entonces no hacíamos ningún caso de ellos, bastante teníamos con aprender la dichosa concordatio temporum, el ablativo absoluto (quibus rebús confectis…) o la etérea quinta declinación. Pero, como un flash retrospectivo, he creído reconocer en mi archivo mental uno de aquellos gráficos explicativos, concretamente bajo la entrada miles, militis: soldado, ejército. Así que rápidamente he ido al estante a mirar. Ahí está. Pero lo más interesante ha sido perderme por sus páginas descubriendo otros vinculados hasta llegar al término exploratio y sus derivados. De nuevo, como tantas otras veces antes, la etimología de una palabra alumbra y despeja el camino de manera certera. Me ha sorprendido mucho ver la equivalencia del término asimilado tanto a “explorador” como a “espía” bajo la entrada Explorator-oris: "explorador, el que va de reconocimiento || Espía".




Automáticamente, el valor de la exploración como medio de inteligencia en los ejércitos de la Antigüedad me ha hecho también recordar la importancia de varias obras clave en la historia de la inteligencia en el mundo antiguo. Recomiendo en primer lugar el volumen que, bajo el explícito título de Exploratio: military and political intelligence in the roman world from the Second Punic War to the battle of Adrianople, publicó en 1998 Norman Austin. 

Paralelamente, se debe añadir el trabajo clásico de F. Dvornik (Origins of Intelligence Services: The Ancient Near East, Persia, Greece, Rome, Byzantium, the Arab Muslim Empires, The Mongol Empire, China, Moscovy, New Brunswick (NJ), Rutgers University Press, 1974.) y, especialmente, los de Rose Mary Sheldon con su repertorio bibliográfico sobre la materia como obra de referencia y consulta obligada para cualquier investigador que se acerque a este apasionante mundo: Espionage in the Ancient World: An annotated Bibliography of Books and Articles in Western Languages, prol. Thomas Durrell-Young, McFarland, 2008).

De hecho, no pueden entenderse las manifestaciones concretas de la exploración en el seno de los ejércitos del imperio romano sin las señeras contribuciones de la propia Sheldon, coronel de la Milicia de Virginia y directora del departamento de Historia Militar del prestigioso del prestigioso VMI (Virginia Military Institute). Libros suyos como Intelligence Activities in Ancient Rome (2007), el reciente Rome´s Wars in Parthia: Blood in the Sand (2010) o el de próxima aparición (nov. 2011) sobre el concepto de emboscada y ataque por sorpresa en el mundo militar griego (Ambush: Surprise attack in Ancient Greek Warfare) recopilan los resultados de muchos años de investigación en materia de inteligencia en la Antigüedad. Hace unos años tuve el placer de conocerle cuando aceptó mi invitación como ponente en el ya veterano seminario que organicé bajo el título: Guerra, espías e inteligencia en la Historia: ¿Un factor decisivo para la victoria? (Leganés, 15-16 oct. 2007).

Al mismo tiempo, para comprender con más detalle las diferencias terminológicas entre todos aquellos que durante siglos se ocuparon de ir, observar y traer noticias de manera secreta, se hace imprescindible la consulta de una obra como la de Tomaso Garzoni (Piazza Universale di tutte le professioni del mondo, Venecia, Pietro Maria Bertano, 1638) en cuyo interior se distinguió con precisión, al menos, cuatro especialistas en en la obtención y suministro de información según se tratase de tropas de reconocimiento de corta distancia (procursatores), exploradores de larga distancia (exploratores), espías propiamente dichos que actuaban en el interior de un territorio hostil (speculatores) o informadores y confidentes locales (indices). Exploradores, confidentes, agentes secretos, referendarios, emisarios y delatores fueron todos asimilados al trabajo de espía: “El nombre de espía significa particularmente aquella suerte de persona que va secretamente por los ejércitos, dentro de la ciudad, explorando los hechos del enemigo para informar de ellos al suyo propio”. Mientras, en el ejemplar que consulté en la Staatsbibliothek de Berlín del opúsculo de F.W. Bruckner titulado Disputatio inauguralis iuridica de Exploratoribus, von Spionen…, Frankfurt; Lipsiae, 1746, se incluían los siguientes términos incluidos en el mismo campo semántico para referirse al espía:

“Observatoris, insidiatoris, speculatoris, corycaei, emisarii, clancularii sciscitantis, pernoctatoris, indagatoris, investigatoris, curiosi, stationarii, inquisitoris, delatoris, quadruplatoris, denunciatoris, renunciatoris, proditoris nomine seape etiam venit idem, quod exploratoris vocabulo”.


Todo aquel capítulo incluido en Espías y el fundamento de esta entrada (larga, me temo!) del DNBlog se refieren a la evolución en el tiempo de la exploración como medio de obtención de información muy precisa de un contexto geográfico que hubiera permanecido ignoto hasta la fecha. Los grandes comandantes militares de la Antigüedad utilizaron masivamente a los exploradores y oteadores avanzados para informarles de la situación del ejército contrario. Alejandro Magno lo puso en práctica con Darío; Escipión y Aníbal lo hacían mutuamente. La utilización integral de medios terrestres y navales para desarrollar tareas de observación y exploración fue habitual en campañas como las de Agrícola en Britania, donde, a tenor de lo expresado por Tácito en esa obra cumbre de la historiografía latina que son sus Anales, había ocasiones en que: “fue el primero en incluirla [la flota] en el plan general de operaciones; avanzaba ofreciendo un gran espectáculo, impulsando la guerra por tierra y por mar simultáneamente; con frecuencia se hallaban en los mismos campamentos el infante y el jinete junto con el soldado de marina compartiendo sus víveres y su alegría”.


Ver más y mejor, adentrarse, observar y regresar constituyen formas atemporales de llegar más lejos, más aprisa. Dos documentos excepcionales nos ayudarán a verificar esta idea. Son dos testimonios: uno en piedra, el otro en tela, que guardan formalmente muchas similitudes, aunque con diez siglos de diferencia. Los dos tratan de mostrar en una amplia secuencia gráfica la evolución diacrónica de un hecho específico. Un hecho de armas que explica la victoria y el cambio histórico que se derivó a continuación. En ambos casos una victoria sobre un territorio difícil, agreste y complejo: la rebelde provincia de Dacia (actual Rumanía y zonas de Bulgaria y Serbia) y las islas británicas. Me refiero por una parte a la Columna Trajana de Roma (siglo I d.C) y al Tapiz de Bayeux (siglo XI) verdaderos documentos universales y crónicas de épocas determinantes en la historia del Imperio Romano por una parte y de la Europa alto medieval por otra.


Si César, desde el año 58 hasta el 52 a.C., completó con éxito la campaña conocida como la Guerra de las Galias con el concurso determinante de las misiones de reconocimiento, observación e inteligencia, en Britania las cosas no se desarrollaron igual.  Dos años antes se había aventurado, no sin cierto apresuramiento y falta de planificación además de casi nula inteligencia previa, a lanzar el desembarco en las islas. Lo estudia bien uno de los mayores especialistas en las técnicas del ejército romano: Adrian Goldsworthy

Uno de los objetivos fundamentales de la invasión fue adquirir la mayor y más precisa información  sobre el territorio de Bretaña porque el conocimiento acumulado hasta el momento era escaso y de dudosa fiabilidad, generalmente procedente de mercaderes franceses capturados o bretones. Ni la información sobre las costas, ni sobre el mejor lugar para efectuar el desembarco ni tampoco el conocimiento de las condiciones meteorológicas fueron las más propicias para iniciar la operación. Debido al viento contrario, la caballería regresó al continente y fue así como también se perdió la magnífica capacidad de exploración que solían prestar los jinetes exploradores. Además, tampoco se había adquirido un conocimiento certero sobre los lugares de desembarco más resguardados y una tormenta le hizo perder buena parte de los barcos de transporte de tropas. Es decir, el desconocimiento de la situación a la que se enfrentaban y el fallo en la deducción de las cosas desconocidas a partir de las conocidas fue casi total. Finalmente, Britania no sería totalmente conquistada hasta el año 43 d.C. bajo el imperio de Claudio. No obstante, de todos aquellos errores aprendió César hasta pasar a la historia como uno de los mejores generales capaces de utilizar la información en la planificación estratégica, operacional y táctica.

Uno de los siguientes objetivos militares del Imperio se situó en el territorio de la actual Rumanía. El sometimiento a Roma de las tribus de Dacia, con el caudillo Decébalo a la cabeza (“Decébalo: el que vale por diez hombres”) se conmemoró con el magnífico conjunto de bajorelieves que es la Columna Trajana, situada en el foro de Trajano de Roma, en el Quirinal. Sus 130 metros de altura fueron concluidos el año 114. Cuando voy a Roma, rara es la vez que no fotografío partes de esta distribución helicoidal. En ella, son numerosas las alusiones a los sistemas de comunicación a distancia (torres ópticas), a la participación de espías e informadores así como al papel determinante de la caballería como medio de exploración y obtención de información rápida y puntual.


        
 
Columna de Trajano. Tropas de caballería y de infantería utilizadas como exploradores. Dos jinetes informan a Trajano. 



Si Britania se resistió por espacio de casi cien años, la invasión de las islas británicas fechada en 1066 alcanzó finalmente su objetivo. La conquista de Inglaterra por el normando Guillermo frente a las tropas sajonas del rey Harald se verificó en la legendaria batalla de Hastings, momento crucial de la historia alto medieval europea. El principal documento gráfico conmemorativo de la victoria sigue siendo el célebre tapiz de Bayeux, excepcional testimonio y fuente de información primiordial de los preparativos y el desarrollo de la invasión. En una de las 58 escenas de este lienzo bordado, se representa el momento en que el rey normando Guillermo “el Conquistador” recibe a un enviado secreto (legatus) que le transmite la información obtenida acerca de la situación de las tropas y el clima político que rodeaba al rey Harald. Mientras, las tropas de caballería, con sus cabalgadas continuas exploran y acumulan información del territorio sajón, reportando diariamente al preparado ejército normando.



Tapiz de Bayeux, año 1066. Un espía transmite a Guillermo la información sobre la composición y situación del ejército sajón del Rey Harald.


Dejo ya atrás los ejemplos históricos que podrían ser ampliados sin límite hasta nuestros días. Pero me sirven como punto de llegada para reivindicar la idea del comienzo: considero que la tan requerida innovación en el mundo de la empresa tiene mucho de capacidad de observación y de exploración de entornos aparentemente desconocidos. Lo entendieron bien los directivos de Saatchi & Saatchi, especialmente Kevin Roberts cuando desarrolló esta misma idea en torno a su concepto de X-Ploring Su exitosa campaña de publicidad de una conocida marca de cosméticos que deseaba penetrar en el mercado saudí obligó a planificar y llevar a cabo una profunda campaña de observación, reconocimiento y exploración de las características sociales, estéticas, religiosas del universo femenino en el país musulmán. Apenas se tenían datos fidedignos de esa realidad. Para paliar esta carencia de inteligencia se envió a un equipo de trabajo durante meses (x-plorers) sobre el terreno, que actuaron no sólo como recopiladores de información sino como analistas de una situación y, singularmente, como identificadores de tendencias Se trataba, en última instancia, de verificar el clásico de Sandy Thompson:

¡¡Si quieres saber cómo cazan los leones no vayas al zoo, ve a la jungla!!



Diego NavarroB.



1 comentario:

  1. Le problème c'est que si tu devras te trouver dans la jungle pour voir comment chasse le lion, la mauvaise chance pourra te choisir pour être sa prochaine proie !!

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