jueves, 29 de septiembre de 2011

Investigar en Inteligencia en España: un nuevo y feliz avance. Inteligencia económica, contraespionaje e industria del vidrio en la Edad Media



Il prudente silentio di quelle cose che nelli consili nostri segretti si tratano e un vero tesoro
(Samuelle Romanin, Storia documentata di Venezia, Venecia, 1912-1931, vol. VI, p. 121)


Será el próximo lunes. A las 11.30, con rigor académico, cuatro expertos, cuatro maestros y colegas, respetados y congregados para la ocasión traspasarán la puerta de la sala. Junto a ellos, tendré el privilegio de formar parte de un tribunal compuesto por cinco doctores. A continuación, hechas las presentaciones e iniciada la formalidad del acto, el presidente tomará las riendas de un acto que marca un punto de inflexión en la vida universitaria: la sanción de un reconocimiento público, el de la madurez científica que se acreditará tras la defensa del resultado de años de trabajo continuo, sistemático y dirigido. Un reconocimiento que, bajo el título de “doctor” otorga el placet a la entrada en la “Academia”, el espacio de los que enseñan (docent), los doctos, aunque, en realidad, éstos (o sea, nosotros) jamás dejemos de aprender. Entrar por esa puerta, más que el final es un principio, más que un privilegio es un reto y una responsabilidad por mantener actualizados conocimientos, metodologías y modos de enseñar mientras se investiga. En definitiva, comprometerse con el estudio sistemático que produce un conocimiento de calidad.

Al mismo tiempo, desde horas antes, el candidato habrá de afrontar solo o en compañía de sus más allegados el momento de la verdad. Sin embargo, cuando el presidente le llame y sea hora de encaminarse hacia su puesto, él y sólo él, habrá de enfrentarse tanto en fondo como en forma (protocolo y ceremonial) a un acto eminentemente simbólico y determinante en la vida académica de una persona que decide continuar estudios superiores de tercer ciclo: la defensa de su tesis doctoral. A un lado estará su director de tesis, necesario apoyo durante los años de trabajo que verá también culminado su magisterio en la persona de su doctorando.

Cuando el presidente del tribunal, junto a los cuatro miembros que habremos de juzgar el trabajo presentado por el candidato conceda la palabra al doctorando, asistiremos a una escena contemplada y disfrutada muchas veces antes, pero llena de ilusión, trascendencia y responsabilidad como la primera.

Me llegará el turno y le diré a Eduardo Juárez que estoy muy contento de formar parte del tribunal que juzga su tesis doctoral. No sólo por razones estrictamente científicas sino también personales. Hace ya muchos años que le conozco y el próximo lunes asistiré al fin de un ciclo y el comienzo de otro: el fin de su investigación doctoral y el comienzo de una etapa marcada por más investigación y más esfuerzo dentro de la Universidad, eso sí, con una diferencia sustancial: el licenciado en Filosofía y Letras (Geografía e Historia) habrá alcanzado, si así lo estima pertinente el tribunal, el grado de doctor. Quedará determinar con qué calificación. Espero y deseo que, naturalmente, sea la más alta. Lo haré con el recuerdo de muchas conversaciones y éxitos suyos contemplados y compartidos. Como la puesta en marcha en 2006 de un proyecto tan ilusionante como es el Centro de Investigación de la Guerra Civil, situado en Valsaín, Segovia. En el transcurso de sus ciclos de conferencias y actividades he tenido el privilegio y el placer de compartir varios años consecutivos algunas ideas y reflexiones sobre el papel de los servicios de inteligencia durante la Guerra Civil Española, en el magnífico entorno de la Granja de San Ildefonso, disfrutando de la hospitalidad, buen hacer y rigor científico en su ciudad.

 En mi caso, además, se añadirá una satisfacción complementaria: haber asistido al inicio de sus primeros pasos en la investigación en historia de la inteligencia en un lejano 2004, cuando formó parte de la primera promoción de alumnos del curso de experto en Servicios de Inteligencia del Instituto Universitario Gutiérrez Mellado. Desde entonces se ha avanzado mucho en España en materia de cultura de inteligencia. Aquellos casi cien alumnos pueden considerarse pioneros, interesados en un mundo que hasta hacía muy poco seguía deambulando por el terreno del estereotipo, del modelo literario o cinematográfico, del mito y el equívoco, del secreto y sus vicios. Hoy, siete años después, con tres ediciones de nuestro Máster, diez números de Inteligencia y Seguridad: Revista de Análisis y Prospectiva, el tercer congreso internacional (2012) en marcha y un relevante inventario de cosas hechas en materia de inteligencia, se puede decir que en esta casi década ya de proyecto de cultura y estudios en inteligencia se pueden evaluar y analizar resultados relevantes.

Resalto también el caso de Eduardo por una circunstancia que no debe pasar desapercibida. Se convierte en ejemplo claro de antiguo alumno convertido ya en experto, incorporado al grupo de especialistas, de la comunidad académica en inteligencia en España, desde una perspectiva histórica (como es su caso). Pero no sólo.

Los alumnos de todos estos años, en tantos cursos, seminarios y ocasiones que han tenido de revalidar su formación en las diferentes ramas y dimensiones de la inteligencia como disciplina científica, configuran esa comunidad académica de expertos en inteligencia, lo que la doctrina denomina “reservas de inteligencia”.

Eduardo ahora, como lo fueron antes Andrea, Rubén o Julia y lo serán Juan Ramón, Najwa y Marcela, culmina su esfuerzo académico de varios años hasta ver terminada y defendida su tesis doctoral.  Lo pude apreciar porque he tenido el privilegio de formar parte de los tribunales que han juzgado sus tesis doctorales. Un ejemplo, en suma, para todos aquellos que decidan acometer, a su vez, un empeño similar y contribuyan al avance científico de los múltiples aspectos y dimensiones bajo los que puede y debe ser contemplada la inteligencia: desde la Historia hasta las Ciencias de la Documentación, desde el Derecho hasta las Ciencias Económicas y Empresariales.



Eduardo ha titulado su tesis: Gremios, asociacionismo y contrainteligencia en la Edad Media: nacimiento de los servicios de inteligencia y protección de la información industrial. Y se ha centrado en un tema ciertamente atractivo: ¿hasta qué punto los secretos de la fabricación del vidrio en la Venecia medieval configuraron un apartado determinante en el conjunto de los “Secretos de Estado” a preservar por la pujante República? ¿Qué estrategias de inteligencia y contrainteligencia fueron desarrolladas para hacer de este sector clave en la economía e influencia internacional de la República Veneciana un factor competitivo en una época tan pretérita como el siglo XIII y XIV?

El tema vuelve a ponerlo de actualidad mi querido y admirado Rafael Fraguas. De hecho, en el diario El País del día 17 de septiembre de 2011 refiere el hallazgo de los restos de la Fábrica de Porcelana de Carlos III, la célebre factoría regia madrileña, fundada hacia 1780 cerca del Retiro y destruida por los ingleses entre 1812 y 1813. Ahora se han descubierto numerosos vestigios cerca del Colegio de nuestra Señora del Pilar. Entonces, como en la época que estudia Eduardo en su tesis: “algunos historiadores creían que los desechos de porcelana de la instalación regia madrileña se guardaban únicamente en el perímetro de la fábrica, dada la condición de secreto de Estado que la fórmula de la porcelana poseía, dictado por la Corona de España para impedir el incipiente espionaje industrial de otras potencias europeas como, precisamente, Francia e Inglaterra”.

Se centra la tesis, por tanto, en un espacio (Venecia y especialmente su isla más conocida, Murano) y en un tiempo: siglos XIII al XV. De nuevo, Venecia y sus misterios, Venecia y su impronta en la gestión eficaz y determinante de la información secreta por un estado cuyo modelo e inspiración ha perdurado en el tiempo y en el imaginario colectivo. Venecia y su ejemplo en la historia de la diplomacia secreta tal y como señalaron hace décadas Fernand Braudel en su colosal Historia del Mediterráneo o Garret Mattingly en su Historia de la Diplomacia, remarcando que el establecimiento de legaciones permanentes por la República de Venecia en el siglo XV, así como el registro detallado de las misiones de los embajadores venecianos en las famosas Relationes fueron características definitorias del comienzo de la Diplomacia Moderna. La tesis de Eduardo me permitirá, además, recuperar y contrastar algunas de las ideas y reflexiones que volqué en aquellos Archivos del Espionaje..., libro ya veterano en el que hablaba de todas estas cuestiones y de alguna más.

La ciudad, con su organización político institucional bajo el sagaz control de la Signoría, la había estudiado, a su vez, Julius Norwich en su magnífica Historia de Venecia, un libro de lectura obligada en este caso.
Por sus canales, puentes y rincones la información fluye. En los mentideros próximos al Puente Rialto se habla, se recogen mensajes, se cierran entregas. Los mecanismos de control de la información al servicio del Estado están perfectamente engrasados: desde los buzones de denuncias anónimas desplegados por la ciudad hasta la adquisición de noticias abiertas procedentes de otro estado, muy pequeño en extensión pero clave en la historia del suministro de fuentes abiertas de información desde época medieval: Ragusa (Dubrovnic). Mientras, la información no sólo hay que obtenerla sino comunicarla con presteza: todo está planificado y a tal fin se creará la Compagnia dei corrieri della Serenissima Signoria, un sistema avanzado en la red de comunicación postal bajo control de la Signoría Veneciana.

Esos mismos escenarios, pintados repetidamente por Tintoretto o Canaletto, también le sirvieron a Peter Burke en su extraordinaria Historia social del Conocimiento para subrayar la pujanza de Venecia en un comercio cada vez más creciente como fue el de la información y el secreto, hasta configurar una suerte de nodos de una red. Nodos de las ciudades vinculadas a la información competitiva: Amsterdam, Roma, Londres, Madrid, París:

Roma había rivalizado durante mucho tiempo con Venecia como centro de información. En primer lugar, el Vaticano era el cuartel general del mundo católico, el centro donde presentaban sus credenciales embajadores de Japón, Etiopía y Tibet, así como de los países europeos y donde enviaban regularmente sus informes los nuncios, embajadores del Papa. En segundo lugar, Roma era el cuartel general de las órdenes misioneras, como los dominicos, los fransicanos y sobre todo los jesuitas. Estos últimos adoptaron el sistema de informar regularmente por medio de las “cartas anuales” que todas sus casas y colegios alrededor del mundo tenían que enviar al general en Roma.[1]

Pero si uno desciende al mundo del espionaje, el contraespionaje y la gestión avanzada de información al servicio del estado, es imprescindible retomar los trabajos de Paolo Preto y Giovanni Comisso por una parte y, sobre todo, los de mi querido amigo y colega en la Universidad de Londres, Filippo de Vivo, cuyo conocimiento sobre los archivos de la Signoría y las estrategias de explotación y aprovechamiento de la información secreta para consolidar el poder veneciano en el mundo resultan simplemente magistrales. Su Information and Communication in Venice: Rethinking Early Modern Politics del año 2007 resulta imprescindible.

Finalmente, es esta Venecia, además, la ciudad por la que discurre la acción del último Alatriste. Aunque ambientada tres siglos después al contexto cronológico de la tesis de Eduardo, la Venecia de El puente de los asesinos sigue evocando misterio y atracción. Una Venecia inquietante, intrigante y poderosa. De conjuras y rumores, firme, acechada y acechante. La casualidad ha querido que coincidan prácticamente en el tiempo la defensa de esta tesis y la presentación de la última novela de Arturo Pérez Reverte. La protección de sus secretos políticos y económicos, la defensa de sus innovaciones industriales en la fabricación y mejora de los materiales y técnicas de fabricación del vidrio en los mercados internacionales unido a una relevancia incuestionable en el tablero de las potencias internacionales corrieron paralelos a un factor clave: la información y el secreto al servicio de todo ello. Otros estados, expertos en técnicas y productos diferentes, como la potente industria sueca de fabricación de cañones durante el siglo XVII y XVIII serán capítulos fundamentales y ejemplos para una historia europea de la inteligencia económica. No en vano, la dimensión internacional del conocimiento en torno a la fabricación del vidrio es uno de los aciertos de esta tesis al señalar que: “la lucha desatada por el control y dominio del monopolio del negocio del vidrio iniciada a mediados del siglo XIII implicó durante más de cuatro siglos a los centros productores de Venecia, Altare, Francia, Países Bajos, Inglaterra, Alemania y las Coronas de Aragón y Castilla en la Península Ibérica”.






Venecia y su esplendor: el éxito de una potencia que hizo de la información secreta un activo estratégico insuperable. Vittore Carpaccio, La partida de los embajadores, 1495. Venecia, Galerías de la Academia.




A Eduardo le diré el lunes que me ha gustado mucho su tesis. Que los resultados que alcanza permiten hacer avanzar la historia de la información secreta desde una perspectiva enormemente atractiva, novedosa y carente de forma clamorosa de estudios similares: Edad Media, Inteligencia y secretos industriales relacionados con la fabricación del vidrio, que nos recuerdan a otros secretos, a otros tesoros celosamente guardados como fue el caso de la obtención del color púrpura a lo largo de la Edad Media, ese Rojo perfecto del que escribió Amy Butler.

En suma: estamos ante un importante avance en la historia de la inteligencia económica, en el contexto de una ciudad sinónimo de información y secreto, en una época todavía poco estudiada como es la Edad Media en materia de historia del espionaje y mucho menos en inteligencia económica: un momento feliz de avance científico en España.

Diego NavarroB.



[1] Peter Burke, Historia social del conocimiento: de Gutenberg a Diderot, Barcelona; Buenos Aires; México, Paidós, 2002, pp. 89-91.

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