Para mis alumnos de Gestión Técnica de Documentos de Archivo, los que fueron y los que serán. Para que piensen y sientan que un documento es vida registrada: excitante a veces, tierna, violenta o vulgar otras. Pero vida.
¡Por fin lo encontré! Han pasado casi cuatro años, pero ya lo tengo en mis manos. Cuando apareció en su edición original lo consulté, lo hojeé pero no lo compré. Siempre lo dejaba para otro día. Fueron pasando los meses y los años y, como acontece cuando las decisiones se retrasan más de lo razonable, un buen día dejó de estar en la estantería de la librería y se esfumó. Pero ayer, de forma inesperada, ha vuelto a aparecer y esta vez no ha habido vacilación.
Como muchas mañanas desde hace años, me he acercado a Moyano para recibir mi dosis habitual de cura bibliófila. Agosto impone su ritmo cansino y las casetas se desperezan lentamente. Sólo Alfonso, siempre más madrugador que el resto, tiene ya dispuesta la mesa repleta de libros. Es fácil identificar su puesto: como enjambre mañanero, nos congregamos a su alrededor los buscadores, los rastreadores de zumbido silencioso pero acechante. No es para menos: compra mucho, vende barato y repone con mucha frecuencia. Recomiendo vivamente el retrato que de este entrañable y singular librero nos ofrece José Luis Melero en su delicioso Leer para contarlo o, con más asiduidad por frecuentarle habitualmente, Andrés Trapiello y sus semblanzas desperdigadas en los numerosos volúmenes que componen su colosal e imprescindible “Vidario”. De Alfonso me he llevado un bonito ejemplar del Jane´s Fighting Ships de 1966-67 (¡Adorados Jane´s retrospectivos!), un librito que también es un veterano de otras ocasiones y que hoy he decidido que se viniera conmigo (Antonio Rodríguez Moñino, Razón de Estado y dogmatismo religioso en la España del XVII…) así como un trabajito muy curioso sobre el ingeniero militar Pedro Luis Escrivá.
Después he seguido la costumbre de iniciar mi exploración de subida primero por las mesas de la derecha, dirección Retiro, e inspeccionar las de la izquierda, iniciada la bajada hacia Atocha. Entonces, cuando ya casi apuraba la inspección, ha surgido casi de la nada, sobresaltándome por la alegría de reconocer en su cubierta al viejo conocido que dejé marchar hace años: Arthur Stockwin (ed.), A diez metros bajo el suelo de Bélgica: una historia de amor epistolar en la Primera Guerra Mundial, Barcelona, Ariel, 2007. Les contaré de qué va este libro y por qué le dedico una entrada en este blog. Naturalmente, el comienzo fue una caja y su contenido. Una pequeña y escondida caja la que propició el hallazgo:
“El 6 de abril de 1990 encontré la llave de un arcón de madera en casa de mis padres, en Birmingham […] Cuando abrí el arcón, encontré en su interior una caja de cartón llena de las cartas que se habían mandado mi madre y un joven oficial de la Primera Guerra Mundial, llamado Geoffrey Boothby. Nunca había tenido conocimiento de esta relación y me costaba creer lo que acababa de descubrir. Las cartas referían una relación amorosa, en su mayor parte desarrollada por escrito, entre dos jóvenes, cortada repentinamente por la guerra. Cuando Geoffrey partió de Dorset en febrero de 1915 con destino a su campamento de instrucción, Edith y él, como Geoffrey calculó después, no habían pasado juntos ni cuatro días”.
Este libro que comento aquí es la edición de las cartas que el segundo teniente de ingenieros zapadores de minas Geoffrey Boothby y la señorita Edith Ainscow se escribieron como registro de su relación sentimental. Él, con apenas 21 años y ella, de 18, se entregaron a la escritura epistolar con pasión y dedicación, hasta que cerca de Ypres, los hombres de la compañía de zapadores 177 de los ingenieros reales, entre ellos el oficial Boothby acabaron sepultados como consecuencia de la explosión de una descomunal mina alemana el 28 de abril de 1916.
La transcripción del contenido epistolar, los mapas militares donde sitúan la explosión, los telegramas oficiales de condolencia a la familia, así como fotografías de ellos dos, configuran una tierna y sentida reconstrucción por vía de investigación y registro documental de un episodio que nos transporta noventa años antes, al infierno de los campos de batalla de Europa en plena Guerra Mundial. Se puede contemplar también como un magnífico ejercicio didáctico para llevar a cabo un caso práctico de recuperación de la participación de los ancestros familiares en conflictos y momentos históricos de todo tipo, algo que los National Archives del Reino Unido promueven continuamente (recomiendo suscribirse a la Newsletter de tan ilustre institución).
El horror indescriptible de las masas de miles de soldados segadas en minutos por la artillería y la mortífera ametralladora es reflejado en obras clásicas como el diario de Ernest Jünger (Tempestades de acero) y muchas más. Un dato: en la batalla del Somme -1de julio de 1916- murieron en un solo día 19.200 soldados británicos. Compárese la cifra: en la guerra en Vietnam, los norteamericanos contabilizaron unos 58.000 muertos... ¡en 10 años! Todo ello convirtió los campos de Europa en mataderos sin fin durante 1914-1918. Este libro participa, al igual que el reciente artículo firmado por Manuel Morales (“La poesía desde una trinchera”) de una reciente recuperación de los testimonios de hombres y mujeres que lucharon, vivieron y murieron en los campos de batalla, en los hospitales o en la retaguardia de los ejércitos de la Primera Guerra Mundial. Tal vez sea el reciente libro de Peter Englund (La belleza y el dolor de la batalla, 2011) uno de los más acabados productos literarios basado en numerosas cartas, diarios y memorias de soldados, aviadores, enfermeras, conductores con los que el autor consigue reconstruir un mosaico integral de la experiencia dramática de la Guerra Mundial. Todo ello sin olvidar (imposible hacerlo por los lazos de amistad entre colegas universitarios que me unen a ellos) las continuas y prolongadas aportaciones que desde la Historia Social de la Cultura Escrita los investigadores italianos Antonio Gibelli y Fabio Caffarena, han hecho desde el Archivio Ligure della Scrittura Popolare di Genova recuperando miles de testimonios escritos de hombres y mujeres que encontraron en la escritura de sus dramas y circunstancias una pulsión, una necesidad y, en muchos casos, una liberación expresiva. Mientras, aquí en España, la extraordinaria labor docente e investigadora de mis queridos Antonio Castillo y Verónica Sierra, desde el Seminario Internacional de Estudios de Cultura Escrita de la Universidad de Alcalá de Henares ha generado un resultado fundamental para el estudio de los documentos asociados a la experiencia de la guerra.
La recuperación de postales, fotografías, cartas, diarios, libros de memoria y cuantas tipologías nos hablan en primera persona de sus historias particulares, debe ser inserta en esta corriente de estudio de las prácticas, resultados y representaciones de la cultura escrita en un contexto, tanto cronológico como geográfico concreto. Para comprender plenamente su significado hay que profundizar en el concepto de “contexto archivístico”, definido por la norma ISAD (G) de descripción archivística. Este contexto resulta de vital importancia a la hora de identificar la naturaleza, origen y utilidad del documento de archivo como fuente de información en cualquier época, circunstancia o ámbito de actividad: ya fuera en tiempo de guerra o de paz.
Un tema muy bonito. Voy a tener que ponerme a explorar en casa de mis abuelos y familiares (con su permiso, desde luego) para ver si encuentro algún tesorito parecido.
ResponderEliminarY gracias por la dedicatoria a tus alumnos.
Muy interesante Diego, a mi me encanta este tema.. sobre todo porque me recuerda a mi abuela que de vez en cuando se dedica a sacar cartas, postales y demás correspondencia de muchos años atrás escritas por familiares.
ResponderEliminarUna buena forma de recordar tiempos pasados, en los que las cosas no estaban muy bien, pero que esas cartas ayudaban a tomarse la vida de otra manera más positiva..
D. Diego, me gustaría comentar con usted. Un saludo.
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